La actitud de las personas con ingresos altos en China ha cambiado notablemente en los años recientes. Lo que solía ser un segmento optimista y consumidor frecuente de bienes costosos, ahora presenta evidentes signos de incertidumbre sobre el porvenir económico de la nación. Un cambio que ha alterado sus patrones de consumo, sus previsiones a largo plazo y su manera de gestionar las finanzas.
Transformación de enfoque: de consumir a gozar al instante
El nuevo patrón entre los sectores más acomodados ya no se enfoca en la adquisición de bienes materiales o productos de lujo. En su lugar, muchos optan por invertir en experiencias de corto plazo que les permitan mejorar su bienestar emocional y aprovechar el presente, ante la percepción de que el futuro es incierto. Este giro en las prioridades refleja una sensación de vulnerabilidad financiera que, aunque menos evidente en los ingresos actuales, se manifiesta con fuerza en las decisiones a mediano y largo plazo.
Este fenómeno responde a una percepción generalizada de estancamiento económico. La desaceleración del crecimiento del comercio minorista, la persistencia de presiones deflacionarias y la caída en el valor de los inmuebles —componente principal de la riqueza familiar en China— han influido en el deterioro de la confianza. Aunque los ingresos permanecen estables, el sentimiento dominante entre los consumidores de altos ingresos es de cautela.
El desempleo juvenil y su efecto en la percepción económica
Un dato alarmante emerge del sector poblacional que comprende personas entre 18 y 28 años. Aunque forman parte de familias con altos ingresos, estos individuos se muestran como los más pesimistas en cuanto a las perspectivas económicas. Su percepción negativa ha experimentado una caída significativa en el optimismo durante el año pasado, debido principalmente a la alta tasa de desempleo que impacta a su generación. Con cifras cercanas al 15%, este desempleo juvenil es el doble del promedio nacional y debilita la confianza en la estabilidad futura.
Este desencanto entre los más jóvenes, incluso entre quienes pertenecen a familias con altos ingresos, representa un cambio estructural. La inseguridad laboral y la falta de oportunidades se suman al sentimiento de que el crecimiento económico sostenido ya no está garantizado, y que la movilidad social —una expectativa central en generaciones pasadas— podría verse comprometida.
La generación intermedia se muestra más resiliente
Al contrario de los más jóvenes, los individuos que tienen entre 29 y 44 años presentan una actitud más positiva. Este grupo, que posee una porción significativa de la riqueza nacional, mantiene una perspectiva más favorable, especialmente cuando miran hacia el futuro. Elementos como la seguridad en sus empleos, la trayectoria profesional y un respaldo económico más sólido influyen en su optimismo moderado.
No obstante, esta visión también se sitúa dentro de un contexto de cambio. A pesar de que se espera que la economía recupere su vitalidad, también se admite que las transformaciones estructurales —tales como la disminución del sector de bienes raíces o la fuerte competencia entre compañías— han cambiado el escenario. La estabilidad financiera parece brindar un soporte emocional ante la incertidumbre, pero no elimina completamente la preocupación.
La percepción de la desigualdad como causa de la pobreza
El malestar económico no se limita a la élite urbana. Existe un sentimiento más amplio de desconfianza en el sistema, alimentado por la percepción de que la desigualdad de oportunidades es la causa principal de la pobreza. Esta idea ha escalado posiciones dentro de las explicaciones sociales predominantes, dejando atrás otras razones tradicionalmente señaladas. Este cambio en la narrativa social indica una mayor conciencia sobre las barreras estructurales que limitan el acceso al bienestar económico.
La sensación de que el sistema ya no recompensa el esfuerzo de manera justa ha permeado todos los niveles de ingreso. Incluso en los sectores de altos recursos, se perciben riesgos y desafíos que hace una década habrían parecido improbables.
Visitas del extranjero: un alivio en épocas de incertidumbre
En este contexto de inestabilidad, la tendencia a viajar ha vuelto a cobrar protagonismo entre los ciudadanos chinos con altos ingresos. El porcentaje de personas que ya han viajado al extranjero en 2024 es superior al de años pasados, y se anticipa que más del 35% llevará a cabo viajes internacionales antes de que termine el año. Si bien el volumen de viajes ha regresado a cifras anteriores a la pandemia, los destinos favoritos han variado. Naciones cercanas como Malasia y Japón encabezan las opciones, en contraste con Estados Unidos, que ha disminuido su popularidad como elección principal.
Este patrón confirma la noción de que las personas con mayor poder adquisitivo no han dejado de comprar, aunque lo hacen de manera más cuidadosa, eligiendo sus opciones basadas en experiencias que proporcionen gratificación instantánea. El turismo se ha transformado en un escape en lugar de ser un lujo, frente a un contexto económico que no presenta certezas.
Visión global: estabilidad económica sin entusiasmo
La imagen actual de la clase alta económica en China presenta un equilibrio frágil. Aunque no se encuentran al borde de un colapso financiero ni de una crisis estructural inmediata, el tono general está caracterizado por la cautela. La percepción de que lo peor podría estar acercándose, o que las oportunidades de expansión se han visto reducidas, restringe el optimismo incluso entre aquellos con mayor capacidad de gasto.
En resumen, el consumo en China ya no responde a las mismas reglas que hace una década. La incertidumbre económica, el desempleo juvenil y la caída en la confianza generalizada han reconfigurado las prioridades de quienes, hasta hace poco, eran considerados el motor del crecimiento interno. El presente se ha convertido en el refugio de muchos, mientras el futuro permanece bajo una nube de dudas.